El estrés es conocido como la gran enfermedad del siglo XXI. Aunque no todos sabemos bien en qué consiste ni cómo modifica nuestra conducta, cuáles son sus síntomas y sus manifestaciones. En términos coloquiales, el estrés equivale a poner a nuestro cuerpo en turbo, lo que viene muy bien en situaciones de peligro real. Por ejemplo, si nos persigue un toro, o si estamos pasando el semáforo en rojo y viene cerca un coche o si tenemos que resolver una situación complicada. En estos casos, una descarga de las hormonas del estrés, entre las que destaca el cortisol, nos hacen correr, acelerar y cruzar la calle rápido o desarrollar mecanismos adecuados para salir de esa situación de peligro.

 

estrés, acupuntura

 

El problema aparece cuando ponemos el cuerpo en turbo de forma permanente. Si de forma continuada creemos que estamos en peligro, como por ejemplo si vivimos el trabajo presionados por nuestro jefe y nos imaginamos que si no lo hacemos bien nos van a despedir, o si tenemos numerosas tareas domésticas y profesionales a lo largo del día y pensamos que no nos va a dar tiempo a llegar a buscar a los niños a la salida del cole, vemos amenazas que posiblemente no nos llegarán en el futuro, no se han llegado a materializar y no sabemos si lo van a hacer: no son reales.

Así, se habla de tres etapas del estrés: una primera en la que la persona está hiperactiva y es resistente. Se da un nivel mínimo de estrés, un sistema de alerta, que con el tiempo acaba fracasando porque a la larga, y entramos en la segunda etapa, se da una superproducción de las hormonas de la alerta. Se produce entonces taquicardia, insomnio, ansiedad, hipersudoración, ojos vidriáticos… el estrés ya es algo patológico. Para cuando llega la tercera fase, el sujeto ya ha entrado en depresión, sufre crisis de ansiedad, tiene los ojos vidriáticos… sufre cansancio extremo, apatía, cambios de humor, etc. Después, el organismo se agota.

 

Por este motivo, y porque afecta a todos los sistemas orgánicos, el estrés puede generar casi cualquier síntoma: desde los más leves como comerse las uñas o el bruxismo, hasta los más graves como pueden ser insomnio, acúfenos, caída de pelo, asma, obesidad, desórdenes en la menstruación, alteraciones en la piel, hipertensión y afecciones cardíacas. O diabetes. Y lo que es peor: si estamos deprimidos, si nuestro ánimo está deprimido, el cerebro da una señal al sistema inmune, que se deprime también. Y así es más fácil cogerse cualquier tipo de infección, entre otras enfermedades.

 

Está demostrado que nuestra manera de pensar influye de forma decisiva en el sistema inmunitario. Por eso, lo mejor es tranquilizar nuestra mente, y si no podemos por nosotros mismo, podemos recurrir a técnicas como la acupuntura y la meditación.